Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Apúrate Ramón

Cuando tenía como 11 años, visité por iniciativa propia el museo de geología de la universidad. Fui acompañado por mi hermano y uno o dos amigos, ya no lo recuerdo. Aunque, tal vez, sería más correcto escribir que los arrastré conmigo. Aquel era un sitio muy apacible, pues no había ningún otro visitante. Una casa antigua muy amplia, de techos tan altos que daban frío. En lugar de muebles tenía vitrinas y grandes rocas montadas sobre pedestales. Visitamos sus salas como hacen los niños: sin orden, sin propósito y sin demora. Me detuve, sin embargo, a curiosear algunos de los escaparates. Por leer algunas de las placas que describían los minerales, retrasé a mis amigos que me urgían para salir a patear la pelota. No recuerdo ninguno, pero deben haber sido: asbestos, feldespatos, amatistas y nombres por el estilo. Detuve mi paso frente a una gran roca que explicaba que se trataba de un aerolito encontrado en Sonora. En aquel entonces no existían letreros que impidieran a los visitantes acercarse demasiado a las exhibiciones. Tampoco había anuncio que impidieran tocar las muestras. Y si tales letreros existían, yo había omitido leerlos. "Apúrate Ramón, no seas lento", gritó uno de mis amigos. Estiré mi mano y toqué aquella roca sideral. Cerré los ojos, mi imaginación voló en aquel instante entre asteroides más allá de Marte. Sin nave interplanetaria y sin traje espacial surqué el vacío volando entre aquellos gigantes. A la lejanía vislumbré estrellas. Volví mi mirada en dirección del sol y lo percibí diferente. Era más pequeño y menos brillante de como usualmente puedo verlo. Quise alcanzarlo y torcí mi rumbo en su dirección. Viajaba a más de cien mil kilómetros por hora. Un gran planeta azul se interpuso en mi camino y la velocidad me impidió esquivarlo. Por supuesto, se trataba de la Tierra. Caí en Sonora, en una gran selva. Pasé siglos esperando volver a emprender el vuelo. Vi como lentamente aquella espesura se convirtió en desierto. "Apúrate Ramón, el último en llegar es vieja", escuché entre sueños y abrí los ojos. Un hombre se acercó a nosotros. Nos preguntó quiénes éramos y por qué habíamos visitado el museo. Mis amigos, suspicaces, emprendieron la carrera. Yo respondí las preguntas. Aquel misterioso personaje, supongo que el encargado del museo, me invitó a regresar con más amigos. Tal vez... algún día, vuelva.

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