Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Ayuno, ensayo de 32 horas

Me doy cuenta que las curaciones que alivian a unos no alivian de igual forma a otros. Lo que es veneno para un organismo es inocuo para otro. Me doy cuenta que "cada uno es cada uno y tiene sus cadaunadas" como solía decir la Madre Adelaida, religiosa del colegio donde estudiaron mis hijos. Todos somos diferentes fisiológicamente hablando. Siempre he considerado que manejarnos a todos mediante la estadística es un error que comete la medicina moderna, pero reconozco que sería imposible pensar en una medicina personalizada. Lo mejor sería aplicar en cada padecimiento y en cada momento de nuestra evolución orgánica el conócete-a-ti-mismo de los griegos. Es por ello que realizo esta iniciativa de ayuno. ¿Qué tanto el colesterol bajará, en mi caso, dejando de comer? ¿Qué tanto la creatinina y qué tanto la glucosa? Sólo hay una forma de saberlo y esa forma es "haciendo".

Antes de este ensayo, había realizado con éxito, hacia finales de agosto y principios de septiembre, dos ayunos de un alimento y posteriormente dos ayunos de dos alimentos. Sin embargo, tomé las necesarias precauciones y me preparé para realizar las debidas mediciones de presión arterial y glucemia. De otra forma no tendría datos qué analizar y poder suponer que había aprendido algo de la experiencia. Mi ensayo comenzó a las 20:30 del domingo 17 de septiembre. Tuve una noche apacible como cualquiera otra. A la mañana siguiente comencé a hacer uso del baumanómetro y del glucómetro. Anoté una presión arterial ligeramente superior a mis mediciones regulares, aunque dentro del rango aceptable. Quizás por causa del nerviosismo. El día transcurrió normal: mis actividades sólo se interrumpieron para dar largos sorbos de agua. Hacia la tarde-noche cuando había saltado dos alimentos y se aproximaba la hora del tercero, tomé nuevamente mediciones. Noté medida de glucosa apenas por encima del mínimo recomendado. Estaba agotando la glucosa en mi sangre. Debía estar sintiendo síntomas de hipoglucemia, sin embargo, sólo percibí un ligero dolor de coyuntura en un dedo de la mano izquierda y las sensaciones en pómulos y brazos que relacioné con el estrés fisiológico en mis primeros ensayos. No había cambios de humor como experimenté en las ocasiones pasadas. El agua seguía distrayendo mis ansias de alimento. Llegó la noche y me fui a la cama. Estuve un poco inquieto y tardé más tiempo de lo usual para conciliar el sueño.

Desperté hacia las dos de la mañana del martes 19 de septiembre. Cumpleaños de mi hijo, cumpleaños de mi suegro, aniversario del sismo de 1985. Había soñado con un cirujano que debía operarme en quirófano de un barco y yo me preguntaba si el bamboleo del océano no afectaría el pulso del galeno a la hora de hacer el tajo. Ya no pude pegar los ojos nuevamente. Percibía que la duda del sueño era en realidad sobre si no estuviera cometiendo transgresión contra mi cuerpo. Cuando tenía 17 años de edad, padecí lo que los médicos llamaron un evento epileptiforme por hipoglucemia. En aquel episodio, había ayunado durante los tiempos del desayuno y la comida. Llevaba alrededor de 24 horas sin probar alimento. Entonces padecí convulsiones y desmayo. Así que la prudencia era para mí vital. En este episodio, ya llevaba más de 31 horas de ayuno. "Sólo faltan 5 horas más para alcanzar mi meta", me dije, pero no me sentí estimulado por la proximidad del éxito. Sentía taquicardia y zumbidos en los oídos, condiciones normales dado el tiempo de ayuno, pero inquietante por mi antecedente de infarto a la edad de 57 años. Alcancé mis instrumentos y los llevé al baño pretendiendo no perturbar el sueño de mi esposa. La presión diastólica rebasaba los 100 puntos y el ritmo cardíaco las 90 pulsaciones por minuto. Regresé a la cama un tanto preocupado y durante 30 minutos consideré los pros y contras de romper el ayuno antes de la meta. Finalmente fui a la cocina y tomé un vaso con jugo de tomate y cuatro uvas. A veces retirarse es acción más inteligente que perseverar obcecadamente. Cuando despuntó la mañana, volví a hacer uso de mis instrumentos de medición antes de tomar un desayuno normal. Pude darme cuenta que entre las 20 y las 30 horas de ayuno, el estado corsetónico de mi cuerpo se activó, pues la glucosa en mi sangre había bajado hasta muy cerca del mínimo de 60 y sin alimento alguno volvió a niveles por encima de 80. Ese día experimenté calambres principalmente en la piernas y hacia las 13:15 un sismo devastador de 7.1 richter.

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