Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Ayuno, ensayo de 55 horas

En su libro "La dieta de los 120 años", Roy Walford, investigador de la Universidad de California en los Ángeles, nos revela el resultado de su trabajo sobre longevidad. Sus experimentaciones mostraron que ratones de laboratorio doblaron la expectativa del tiempo de vida al reducir a la mitad su ingesta diaria de calorías. El doctor Walford intentó en su persona las conclusiones de sus estadísticas. Restringió su dieta a nueces, semillas y vegetales y se impuso un estricto régimen de ejercicio físico. Falleció a la edad de 79 por complicaciones pulmonares causadas por la enfermedad de las neuronas motoras. No consiguió demostrar que un estricto régimen de vida puede lograr los mismos resultados en los humanos. Una sociedad de adeptos, Calorie Restriction Society, aún continúa su esfuerzo y tal vez pronto pueda alguno de sus miembros reclamar el éxito.

Antes de embarcarme al ensayo de 2 días completos, repetí el ensayo de tres alimentos. Mi primer intento fue roto 4 horas antes de la meta. Esta es la razón que me empujó a repetir. En este nuevo intento, observé que el estado corsetónico se activó hacia las 24 horas de ayuno y mi presión arterial subió paulatinamente más allá de las mediciones del ensayo anterior para luego descender hasta valores normales. El ritmo cardíaco subió y subió hasta que mi corazón sonaba en mi interior como tambor de guerra. Así que cuando desperté inquieto hacia las 3 de la mañana, no tuve ningún miramiento para romper el ayuno. Medio vaso de jugo de naranja y 5 trocitos de melón me devolvieron tranquilo a la cama. Alcancé 33 horas de abstinencia alimentaria, una hora más que el intento anterior. Con la experiencia adquirida no había dudas en mi cabeza de que podía lograr 2 días completos o, tal vez, sí las había.

Diez días más tarde, mi meta se estableció en 60 horas sin probar alimento con el apoyo únicamente de abundante agua. Preparé mis instrumentos y realicé ejercicios de visualización imaginando que lograba mi objetivo o polaricé cuadriones según mi léxico. Cuando inicié, sentía un nódulo inflamado debajo del omóplato derecho; condición frecuente de mi estado actual de salud. Las primeras 24 horas transcurrieron según lo aprendido, aunque llamó mi atención que el estado corsetónico no se disparó. La noche transcurrió sin contratiempos. Sí desperté alrededor de las 4 de la mañana, pero no había ansiedad y pude volver a conciliar el sueño. El segundo día una sensación de bienestar me invadió; supongo que sicológica al haber logrado alcanzar la marca de 36 horas. Ese día pude relajarme sin ningún esfuerzo sentándome en una silla o tendiéndome en la cama. El dolor de cabeza se presentó en dos ocasiones y tardó algunas horas para retirarse, sin embargo no me incomodó padecerlo. Mi presión arterial se regularizó tras 30 horas y el ritmo cardíaco después de 39. Experimenté frío y temblor en las manos y en las piernas e hizo su aparición el mal aliento que mencionan algunas fuentes. La segunda noche sentí frío en todo el cuerpo. Recordé que en algún sitio leí que ese era un síntoma normal y que el ayunante debía proteger térmicamente al hígado y los riñones. Coloqué una frazada adicional en la cama. Mi única preocupación consistía en que tras 43 horas de ayuno, el estado corsetónico continuaba sin aparecer. A las 47 horas la glucemia registró 17 puntos por debajo del límite de riesgo. Decidí continuar pues no percibía ninguna molestia. Unas horas más tarde se activó. La tercera madrugada desperté igual que en todas las anteriores. No había ansiedad, pero cuando me levanté para ir al baño a tomar las mediciones una debilidad abrumadora me hizo temer que caería al suelo. El ritmo cardíaco había vuelto a elevarse. "55 horas son muy buenas", me dije y fui a la cocina para romper la abstinencia. A la mañana siguiente percibí que el nódulo inflamado pasó de dolor leve a molestia apenas perceptible. Las noches, tras este esfuerzo, dormí como si lo mereciera. El siguiente será un intento de 3 días; pero, con la experiencia adquirida, he decidido que utilizaré el ayuno Buchinger.

Estos experimentos pretenden demostrar o refutar que, en mi caso, puedo alcanzar una mejor calidad de vida alternando entre alimentación abundante y ayuno. Cuento para ello con los siguientes biomarcadores: colesterol, glucemia, creatinina e inflamación crónica. Sé que lo lograré pues poseo un motivador infalible. Cuando mi hijo tenía 13 años de edad sus mejillas y su cintura revelaban exceso de peso. Una mañana expresó una de sus frases célebres: "Para vivir, no necesitamos de tanta comida". Entró, sin orientación ni supervisión alguna, a una dieta autoimpuesta y a un régimen de ejercicio que le permitieron alcanzar, tras unos meses, su peso ideal. Al día de hoy continúa con su ejercicio físico y su peso controlado. Este es el motor que me impulsa a continuar. Otra frase, esta de mi padre, es el freno que impide que mi motor se desboque: "El caballo de mi compadre que tuvo el desatino de morir cuando ya estaba aprendiendo a no comer."

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