Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Ayuno, ensayo de 6 días

La fuerza de voluntad es una herramienta que permite a las personas alcanzar sus objetivos. Mi madre la poseé. Mi esposa, creo que tratando de alabarme, ha dicho, en un par de ocasiones, que no tiene gracia que yo la demuestre pues la he heredado. No sé si esta cualidad sea heredable; pero lo que sé es que quienes la tienen, constantemente han de esforzarse para evitar que se convierta en terquedad. Alguna vez, para explicar a Guadalupe a qué me refería cuando mencionaba fuerza de voluntad, alardeé: "tú sabes cuánto me gusta el café con azúcar; bueno, pues desde hoy no volveré a ponerle azúcar a mi café." Por supuesto, mi consumo de café descendió notoriamente. Luego de un tiempo, aseguré haber demostrado mi punto y solicité que me permitiera volver a ponerle azúcar a mi café. Ella concedió sin ninguna objeción, desde mi alarde habían transcurrido quince años. Esta fuerza de voluntad-terquedad es la que debo dominar para evitar que mis intentos terminen en un nuevo evento epileptiforme o, peor aún, como el caballo del compadre de mi padre.

A las 17:00 del sábado 21 de octubre, inicié el ensayo de 3 días. Después de practicar el método de ayuno hídrico en mis primeros intentos, había decidido utilizar para esta ocasión el método Buchinger. Un jugo de frutas en el desayuno y un caldo de pollo en la cena, sin duda alguna, aliviarían el estrés fisiológico. Aprendí de mi esposa a cocinar caldo de pollo para este intento. Ella estaría ausente durante el experimento. Un día antes del inicio, colecté los ingredientes, saqué la cacerola y seguí las instrucciones que dictó Guadalupe. El resultado no fue muy apetitoso porque mi opinión desdeñó aquella sopa rala. El primer día ocurrió sosegado. Seguramente se debió al vaso de jugo que empiné por la mañana. No hubo aumento de la presión arterial y la glucemia se redujo lentamente. A las 24 horas el estado corsetónico no se había activado. Cuando llegó el momento de la cena, mi opinión sobre el caldo cambió radicalmente. Cada cucharada fue un deleite. En el segundo día mis biometrías continuaban estables, no se había presentado el tambor de guerra en mi corazón. No había despertado esa madrugada, pero, la mayor parte del tiempo, sentí debilidad y mucho sueño. Me encontraba tan bien físicamente y mis biometrías tan estables que decidí extender el ensayo a los 6 días planteados como objetivo original. A la hora de mi segundo alimento, calenté mi caldo y me senté a disfrutarlo. Cada cucharada de aquella pócima mágica, de aquel menjurje espléndido se convirtió en gesto ritual. Recordé el consejo que el maestro cátaro vegetariano regaló al aprendiz en la novela de Camino a la redención (1). Lo repetí en mi cabeza mientras sorbía mi sopa. Definitivamente con el ayuno se aprecia más la comida. El tercer día, desperté a las 3 de la madrugada, pero no padecía ansiedad. Ese día se incrementó la debilidad aunque sin llegar a situación de alarma. El cuarto día, nuevamente desperté en la madrugada alrededor de las 5. Sin ansiedad, muchas ideas bullían en mi cabeza. Alcancé mi pluma y mi tabla-clip y las escribí antes de que huyeran. Debo haber garabateado cuatro o cinco cuartillas para tres diferentes cuentos; éste incluido. Durante el día sobé todos mis dedos adoloridos por las punciones para las mediciones de glucosa. Temblé de frío y apareció la sensación en los pómulos, pero padecí menos debilidad que el día anterior. En mi imaginación, quizás influida por la información leída, sólo aparecían grandes trozos de carne. El quinto día, ya no había debilidad, tampoco cansancio, sin embargo, tomé la actividad con calma. Me sentía de buen humor, aunque sin la euforia que mencionaban mis notas. Por largos períodos percibí los oídos tapados. Pensé en Mahatma Gandhi y sus ayunos de protesta. Regresó mi esposa de su viaje. Preparó, para mí, un nuevo caldo que comí a las 6 de la tarde; mucho más espeso y con más sabor que el anterior. Indiscutiblemente Guadalupe es mejor cocinera. Aquel caldo me pareció el más delicioso que yo haya probado. El sexto día concluyó mi ayuno. Habían transcurrido 144 horas, 18 comidas omitidas, 6 jugos y 6 caldos. Para salir progresivamente de la abstinencia, tomé fruta y nuevamente sopa, esta vez condimentada con cilantro y picante. Sólo quedaba por realizar un análisis clínico para conocer los reales resultados. A la mañana siguiente fui al laboratorio. Me sentía físicamente muy bien; anímicamente, de maravilla. Tomaron mi muestra sanguínea y me dirigí a un restaurante para ordenar unos huevos rancheros.

(1) "cuando comáis carne, agradeced al animal que haya brindado su existencia para alimentaros y ofrecedle un lugar relevante dentro de vuestro cuerpo", Ramón Cortés Barrios y Cortesramondx, Camino a la redención.

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