Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Herramientas para entender el universo


Cuando niño mis hermanas me superaban en todos los acertijos que papá traía a casa. No eran muchas las áreas en las que yo sobresaliera, si es que hubo alguna. Es por esto que recuerdo muy claramente el día que mi padre nos pidió que definiéramos inteligencia. Yo dije: "inteligencia son las herramientas que nos permiten resolver los problemas cotidianos". Parece que la definición gustó a mi padre, así que esta frase se convirtió en mi definición oficial. Pero luego conocí a Guadalupe.

El cuento de las matemáticas y el universo ha provocado más comentarios de los que pude predecir. Pero lo mayormente sorpresivo, para mí, fue que ninguno de esos comentarios salió en defensa de las matemáticas. Yo había previsto que brincarían muchos adeptos a los números para exculpar a la ciencia exacta por excelencia. Pensé que dirían que los problemas se simplificaban no para poder aplicar las matemáticas, sino para que las matemáticas resultantes no constituyeran una encrucijada imposible para el intelecto humano. Me vi obligado a rehacer este cuento.

Yo no podía comprender cómo Guadalupe era incapaz de resolver problemas aritméticos sencillos, aquellos del tipo que yo resolvía sin la ayuda de papel y lápiz; y sin embargo, ella podía y solía resolver los problemas de la vida diaria sin ninguna dificultad y por caminos que yo ni siquiera era capaz de vislumbrar. Guadalupe, antes de convertirse en mi esposa, se convirtió en mi intrigante enigma.

Los comentarios que recibí al respecto del cuento publicado versaron sobre otras posibles herramientas para explicar al universo. Alguno dijo que la herramienta apropiada para describirlo sería la poesía. Algún otro, habló del arte. Entre los comentarios se mencionó también la imaginación.

Las únicas explicaciones posibles eran que Guadalupe era inteligente en manera diferente a como lo describían los libros de psicología o que mi definición oficial sobre la inteligencia fuera estrecha. Comencé a pensar entonces que no había sólo una inteligencia, sino muchas. Comencé a creer que los test sobre la habilidad intelectual medían sólo unas pocas de ellas, que había muchas habilidades y que todos poseíamos una mezcla con diferentes proporciones de todas. Recordé una frase de mi padre que me había pasado inadvertida: "todos somos genios, sólo es cuestión de descubrir para qué somos buenos". Me topé un día en una librería con el libro "Inteligencia Emocional" del psicólogo Daniel Goleman. Tras leerlo mis ideas fueron adquiriendo congruencia. La fotografía comenzaba a entrar en foco.

Extrañamente todos los comentarios recibidos provinieron de lectores del sexo femenino. Ningún hombre considero relevante hacer un comentario sobre el cuento. ¿Nos tornamos cohibidos los hombres cuando se habla de inteligencia porque inconscientemente nos percatamos de que, de alguna forma, somos inferiores? ¿O será, quizás, que observamos la recomendación de permanecer callados para no confirmar con nuestras torpes palabras lo que los demás ya opinan de nosotros? ¿O fue porque los hombres no leemos cuentos?

El libro de Goleman me permitió comprender la inteligencia de Guadalupe. La inteligencia de mi esposa me permitió esbozar el modelo de consciencia sobre el que ya he escrito en cuento anterior. Ese modelo que combina tantas habilidades como he creído encontrar. Tantas como se han visto obligadas las mujeres a desarrollar en los muchos milenios subyugadas bajo el dominio del sexo masculino. El vencido ha de desarrollar nuevas aptitudes para sobrevivir la opresión del vencedor.

Creo, fervientemente creo, que ninguna de las herramientas alternativas que mencionaron las lectores que comentaron el cuento de "las matemáticas y el universo" es la correcta. No individualmente, pero sí, todas en conjunto. Sólo podremos comprender al universo cuando combinemos la poesía, las matemáticas, el arte y la imaginación.

Creo, fervientemente creo, que no podremos estirar la pierna para dar el siguiente paso en la evolución humana mientras no reconozcamos las otras inteligencias. Las que pueden expresarse a través del movimiento, de la música y no sólo de las ciencias. Las que son capaces de conmoverse con una puesta de Sol, con una sinfonía, con un poema. Las que pueden enternecerse con el dolor humano, con sus limitaciones, con sus necesidades. Las que buscan el beneficio del prójimo antes que el propio. Podremos dar el siguiente paso cuando dejemos de leer los índices bursátiles para, en su lugar, enseñar a leer a iletrados. Cuando reconozcamos la fragilidad femenina y a la vez sus innumerables fortalezas. Cuando dejemos de ser inteligentes para convertirnos en seres conscientes. Cuando podamos combinar todas las herramientas y no necesariamente en un solo cerebro; sino en una civilización que comparta alegrías lo mismo que infortunios, flaquezas al igual que destrezas, problemas y soluciones, avances y calamidades, desafíos y logros. Siento que estamos en la ruta correcta, ya puedo vislumbrar la última recta; sólo me impacienta, que por momentos, parezca alejarse nuestra meta.

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