Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Una insignificante pompa

Imaginemos una pompa en la espuma de la orilla del mar, aquella espuma que se forma al romper las olas contra las rocas. Frágil esfera flotando junto a otras iguales aunque diferentes. Se balancearía endeble con el ir y venir del agua hinchándose por momentos, comprimiéndose un poco en otros. Esa pompa sería nuestro universo, con todas sus constantes, su inmensidad, sus galaxias, sus enigmas, sus estrellas, su consciencia. (Estas no son ideas originales mías, tampoco lo son de mi padre; pero me gusta recordarlas como si él fuera el autor.) Este inconmensurable y, a la vez, insignificante universo formaría parte de un gran océano del cuál habría cobrado vida y al cuál volvería si la pompa reventase. Nos encontramos ensimismados mirándolo sentados en la roca hacia la cual arriba la oleada. Pero este universo no es el único que existe, otros universos en su cercanía, sus hermanas pompas, forman con él parte también de este multiverso aún más extenso. Alzamos la vista para observarlo, nuestra mirada se pierde en el horizonte en este cosmos-océano de más de tres dimensiones físicas. Nos invade el vértigo, la distancia es más que infinita. Nos tiemblan las manos. Involuntariamente volvemos la vista a nuestros pies, a nuestra pompa, a nuestro universo. En su cercanía, nuevas pompas se están formando. Las leyes físicas en el interior de estas nuevas hermanas son, tal vez, diferentes a las nuestras. Quizás en ellas, el producto de la velocidad de propagación de los pares de fuerzas y su intensidad sí será constante. Quizás en ellas la gravedad acelerará el tiempo en lugar de ralentizarlo. Quizás en ellas la fuerza exégira sí exista. Quizás en ellas los seres pensantes sean un poco menos codiciosos. Quizás en ellas habrá más Siddarthas, más Confucios, más Sócrates, más Jesucristos, más Mahomas, más Maimónideses. O quizás en ellas jamás pueda surgir la consciencia o se extinga prematuramente sin dejar rastro. Nos armamos de valor y alzamos nuevamente la vista. Nos percatamos que el contenido del océano no es sino el tiempo, esa variable con que medimos la separación entre acontecimientos. Tiene ahora no uno sino tres ejes de secuencias. Nos llama la atención cualquiera de sus larguras; billones de años no serían suficientes para medirlas, eso fue apenas el tiempo que tomó a nuestra pompa formarse. Trillones aún serían insuficientes, habría que echar mano de números gúgol. Pero, un momento, el tiempo se dobla en el horizonte, sigue la curvatura del mundo en el que nos encontramos sentados mirando la espuma del mar. El tiempo se aleja de nuestra mirada y da la vuelta siguiendo la superficie hasta volver a nosotros, después de eones, por nuestra espalda. No habría principio, ni fin en su escala. En este modelo, el tiempo volvería a iniciar donde hubiera terminado aunque no necesariamente para seguir la misma ruta. En un esquema como éste no se requeriría de un creador, el cosmos habría existido siempre. Mas en tal caso, ¿no estaríamos entonces obligados a reconocer que ese cosmos-océano no es otro sino Dios? Nuevamente nos embarga el vértigo. Nos percatamos que no somos solamente una insignificancia dentro de una pompa, sino una insignificancia dentro de una pompa insignificante. ¡Qué lejos nos sentimos ahora de Dios! Respiramos profunda y lentamente varias veces. ¡Qué pequeños somos! Volvemos a respirar muy hondo. Estamos llegando a la hiperventilación. Las ideas se tornan remolino en nuestras cabezas, ya no pensamos coherentemente; y entonces surgen las ideas esperanzadoras. No estamos lejos de Dios, somos parte integrante de Él. Cuanto más insignificantes nos sintamos, cuanto más conscientes seamos de nuestro papel más crecerá nuestra responsabilidad por emularlo. Pero, ¿cómo emular Algo o Alguien que no se comprende? (Mientras surge una mejor respuesta, ésta será la mía: observando atentamente lo que me rodea y me sucede, nunca dejando de pensar, cuestionándolo todo y buscando e intentando siempre nuevas respuestas.)

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