Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Mis mayores premios

Cuando nací, mi llegada se retrasó unos segundos. Vine al mundo apenas después de la medianoche. De haber nacido antes del nadir del Sol habría nacido en el cumpleaños de mi padre y en cambio nací en el día de las madres. Por haber sido el primer alumbramiento en tal día festivo, mi madre y yo recibimos obsequios de la primera dama del país y de un afamado diario de la ciudad. Después de aquel acontecimiento no he ganado ningún otro concurso. Deje de participar en certámenes literarios después de mi cuarta novela. Y sin embargo, ya he recibido los más grandes premios a los que puede aspirar cualquier autor. A continuación relato dos de ellos.

Mi madre fue siempre la más férrea crítica de mi desempeño académico. Mi hermano y hermanas pueden confirmar este hecho. Ellos también padecieron la misma imposición. ¿Y qué madre no exige de sus hijos el máximo rendimiento? Ellas esperan de nosotros siempre lo mejor y cuando lo hemos alcanzado entonces demandan más. Y a pesar de todo, nunca fui un alumno destacado. Cuando invité a mi madre a formar parte de mis lectores primerizos no lo hice esperando conseguir de ella reconocimiento alguno. Ya había descartado tal logro de entre mis aspiraciones personales muchos años atrás. La invité porque mi madre es lectora asidua. Estimo que a lo largo de su vida ella leyó alrededor de 3500 libros de autores de todos los rincones del mundo y de todas las épocas; una verdadera biblioteca. La invité porque sabía que ella no tendría reparos para hacerme ver mis fallos.

Cuando ella terminó de leer el libro primero de la saga "Universos convergentes", me comentó:

―No corrijas nada. Te harán muchas sugerencias, muchas recomendaciones. Cada uno quisiéramos que la pintura se amoldara a nuestros gustos, el pintor debe conservarlo al suyo.

Cuando terminó de leer el segundo libro, no hizo ninguna observación. La incertidumbre desgasta más que la derrota. Cuando ella terminó de leer mi tercer libro también de la saga Universos convergentes, me hizo el siguiente comentario:

―Cuando comencé a leer tu tercera novela, me dije: "Está escribiendo como una mujer. Veremos si consigue hacerlo hasta el final de la novela." ¿Y sabes qué? Sí lo conseguiste.

Este comentario fue, para mí, un premio invaluable.

Durante una visita mía, cuando aún su condición neurológica no le impedía leer, surgió la siguiente conversación:

―Acabo de terminar de leer un libro que escribió nuestra galardonada escritora mexicana...

―Y sabes,― la interrumpí, ―acaba de recibir un premio español de literatura muy apreciado.

―No lo sabía, ¿cuál?― Preguntó mi madre.

―El premio Cervantes Saavedra―, aseguré.

―Bien, pues te decía que me gustó su último libro. Ella escribe bellamente, pero ¿sabes? Todo el tiempo me la pasé esperando las ideas trascendentes a las que tus novelas me han acostumbrado.

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