Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Polarizar cuadriones

Seguramente el lector ha asistido a alguna competición atlética. En ella habrá visto, quizás, cómo se preparan los atletas visualizando su desempeño. Yo recuerdo haberlo presenciado, por primera vez, en los saltadores de altura durante la olimpiada de México. Sé que ellos se imaginan, antes de iniciar su intento, recorriendo el trayecto con sus largas zancadas, impulsándose hacia la barra, arqueándose por encima del obstáculo y librándolo. Primero en su mente, después lo intentan en la realidad. Mi polarizar cuadriones es un método muy similar, aunque a alguien pueda parecerle un tanto acientífico.

Primero, adopto una postura cómoda generalmente en un sillón o semiacostado en la cama. Aunque también he ejecutado este método de pie mientras viajo en un transporte público o sentado manejando e incluso caminando. No requiero cerrar los ojos aunque cuando no me encuentro en movimiento sí lo hago. Después, de la misma manera como los atletas visualizan, imagino una situación de la vida, un desenlace que me gustaría ocurriera y concibo las escenas de cómo sucedería de acuerdo a mis preferencias. Este segundo paso es donde usualmente invierto más tiempo. En el tercer paso, conmuto el escenario y me imagino de pie rodeado por una gran cantidad de tetraedros etéreos, ingrávidos y sutiles. Son millones de ellos y ocupan el espacio sin estar equidistantes y se extienden más allá de mi horizonte. Ellos son mis cuadriones, mis partículas supra-cuánticas. Son tetraedros pues cada uno presenta cuatro posibles influencias sobre los desenlaces. Las consecuencias de tales influencias son relativas a mi consciencia; ellas son: favorable, desfavorable, indiferente y contradictoria. Con mis esfuerzos, los tetraedros se polarizan progresivamente apuntando con el vértice favorable hacia adelante. La alineación sucede paulatinamente, muy despacio. Ocurre como aquel experimento donde muchos imanes sobre una mesa van alineándose todos conforme se reducen las distancias entre ellos. Luego, los cuadriones polarizados viajan, como saetas, abriéndose paso en ese mar de millones de otros cuadriones hasta llegar a las escenas imaginadas primero. En el penúltimo paso, suelto. Lentamente salgo de mi ensoñación y me digo que no importa cuál sea el resultado final siempre será lo mejor que podrá suceder. Por último, doy una inspiración profunda para llenar de oxígeno mi organismo. Voy a necesitarlo cuando ocurra aquello que tiene que ocurrir, pues indudablemente requerirá de mi participación. No puedo, neciamente, esperar que ocurra lo que he deseado tal como lo imagino. Otras consciencias podrían estar participando en el desenlace o podría ser que campos fuertemente polarizados se interpusieran a mis saetas.

Las consciencias polarizan cuadriones aún si no utilizan este método, aún si no los llaman cuadriones, aún si no creen en su existencia (probablemente ellos no existen o no son como yo los bosquejo), pero lo que es innegable es que de alguna manera la mente es capaz de influir en los desenlaces, de torcer la realidad determinista. Según mi personal apreciación, no existen el azar ni la probabilidad cuántica en los fenómenos subatómicos. Ellos sólo son nuestra incapacidad de conocer todas las variables que intervienen, los valores iniciales que tales variables poseen y las leyes que gobiernan su comportamiento.

Con este método no consigo siempre mis deseos, más bien casi nunca, pero lo que sí alcanzo con mucha frecuencia es un sosiego esperanzador. He visto a Guadalupe orar y pedir por otros y mi método es, me atrevo a decirlo, equivalente.

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