Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Mis primeras proezas

Rondaba los diez años de edad cuando realicé visita, a un compañero de la escuela. Su nombre: Manuel García Pérez. Sé que estudió arquitectura pero le he perdido la pista. Por alguna razón, él estaba en ese momento impedido de salir a jugar. ¿Estaba enfermo o había sido castigado? No lo recuerdo, pero el caso es que su madre me permitió entrar a jugar, con la condición de que nos mantuviéramos dentro de la casa. A mi pregunta sobre qué hacer, mi amigo mencionó que tenía una autopista eléctrica. "Sácala, juguemos con ella", fue mi respuesta inmediata. Él aclaró que la autopista estaba descompuesta y lo había estado desde nueva. "Sácala, yo sé componer cosas", le aseguré con la confianza de un niño que aprendió de su padre desde temprana edad a realizar instalaciones eléctricas y reparar electrodomésticos.

Instalé con mi padre una extensión eléctrica para que mi madre pudiera planchar cerca de la ventana cuando tenía ocho años. En aquella ocasión mi padre me enseñó todo lo que había que saber sobre la corriente eléctrica. Mi primera plancha la reparé sin supervisión de mi padre a los doce años y mi primer televisor a los trece.

Manuel y yo extrajimos de la caja todos los componentes. Siguiendo las instrucciones, conectamos las fuentes de poder a la energía eléctrica y los controles a las fuentes. Yo nunca había tenido en mis manos un juguete como ese. Luego conectamos el primer tramo de la autopista e impedí que mi amigo siguiera tendiendo tramos. Le expliqué que antes debíamos asegurarnos que los autos recibieran la corriente en esa primera sección. Resultó, los autos salían disparados contra la pared. Conectamos el siguiente tramo y observamos que los autos llegaban a él, pero no continuaban corriendo. Desconecté el tramo y lo revisé con cuidado. Los contactos estaban oxidados, ahora lo sé, pero en aquel entonces sólo observé unas manchas verdosas sobre los contactos de cobre que se me hicieron sospechosas por no ser uniformes. Con un desarmador, que proporcionó Manuel, raspé los contactos hasta verlos brillar. Volvimos a conectar el segundo tramo y, muy contentos, miramos cómo los autos corrían sobre esas dos primeras secciones hasta abandonarlas y continuar corriendo sobre el piso del comedor. Proseguimos limpiando contactos, yo con el desarmador, él con una navaja. Al final obtuvimos un circuito que los autos seguían sin detenerse. Esa, creo, fue mi primera proeza. Y contarla hoy por primera vez es mi segunda proeza.

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