El robot consciente

En la búsqueda de la máquina demostradora de teoremas numéricos capaz de alcanzar la creatividad y la inteligencia de un virtuoso matemático de carne y hueso, considero que, estaríamos obligados a emular no solamente las funciones lógico-matemáticas y analíticas del cerebro humano. También habría que instruir a ese ser informático en otras áreas del conocimiento y las artes. La razón es que desconocemos, de-facto, cuáles son las fuentes de inspiración de la creatividad del ser humano. Esa máquina de Turing avanzada tendría que ser instruida en esas áreas del saber del mismo modo como son instruidos los pupilos humanos. Previamente, habríamos elaborado para el propósito los procedimientos de arriba-abajo y abajo-arriba suficientes para que los algoritmos fueran capaces de modificarse a sí mismos emulando la plasticidad del cerebro.

Imaginemos el proceso de poner en marcha nuestro robot consciente. Cuando nuestra máquina estuviera lista para ser encendida deberíamos de estar preparados para iniciar su enseñanza. Un profesor humano corregiría al robot durante su aprendizaje, convirtiéndose tales correcciones en parte de la tabla de instrucciones y de la cinta de datos para su funcionamiento. Un solo profesor no podría entrenar a su pupilo inteligente electromecánico como ocurre con un estudiante humano; sería necesario un segundo profesor para abarcar conocimientos y métodos de enseñanza diferentes generando una nueva tabla de instrucciones y una nueva cinta de datos que no sustituirían a las primeras, sino que se agregarían al funcionamiento de la máquina o robot gracias a esos procedimientos de arriba-abajo y abajo-arriba. Y un tercer juego de tabla de instrucciones y cinta de datos con un tercer profesor y un cuarto juego y así hasta un enésimo juego. Y aún con toda esa información al alcance del robot, lo mismo que el pupilo humano, los procesos imbuidos en su funcionamiento cometerían errores. Errores necesarios, pues recuérdese que estamos tratando de emular a una persona. Esos errores continuarían cometiéndose incluso cuando el robot fuera considerado listo para resolver y comprobar teoremas sobre sistemas numéricos por sí solo. Ahora imaginemos el desempeño de nuestro robot una vez iniciada su labor.

Algunos procedimientos computacionales le permitirían llenar los espacios en blanco en las cuestiones inciertas con paliativos temporales como hacemos los humanos cuando no contamos con los datos, pero sospechamos que más adelante en el análisis los obtendremos. Esos procedimientos imbuidos inicialmente o desarrollados por la misma máquina en el proceso de su aprendizaje le permitirían insertar un cubo en un hueco cilíndrico mientras consiguiera un mejor tapón, y también crear toscas mentiras mientras dilucida mentiras menos burdas como hemos hecho los humanos con nuestras creencias filosóficas por milenios. Ese comportamiento habría sido construido en su conducta para compensar la ausencia transitoria de respuestas certeras. El robot pronto se parecería a un párvulo humano. Poco a poco el ser electromecánico alcanzaría la adolescencia y como todo educando llegaría el momento de rebelarse a la forma de pensar de sus educadores; paso indispensable para la edificación de su propia estructura de criterios. Seguramente habría que reiniciar en varias ocasiones su funcionamiento pues se trabaría al toparse con las cuestiones trascendentes de todo ser pensante. Alcanzada la madurez lógico-matemática nuestro robot podría ya comportarse como un matemático aventajado. Recibiría entonces sus primeros teoremas numéricos por demostrar. Podría trabajar 24 por 7 sin necesidad de cafeína; lo haría a velocidades insospechadas, tal vez, sin requerir de motivaciones psicológicas. Sin embargo, podría ocurrir, de igual modo, que al término de la capacitación recibida nuestro robot decidiera no dedicarse a las matemáticas.