Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Sacos de átomos

Un viajero para reposar los cansancios de su larga caminata sentose a la orilla de un riachuelo. Del árbol que le procuraba sombra, de pronto, vio caer a un alacrán al agua. El artrópodo con vanos esfuerzos luchaba por su vida y el viajero compadecido tomó una ramilla y rescató al escorpión. Durante algunos minutos, inmóvil el alacrán recuperaba sus fuerzas y el viajero, ufano por sus actos, le admiraba. Recobrado el artrópodo lo primero que hizo fue correr hacia su salvador para hincarle el aguijón. El hombre desconcertado e indignado reclamó a su agresor: "¿Cómo es posible que hayas atacado a quien te ha rescatado de una muerte segura?" El escorpión respondió: "no puedo evitarlo, actuar de este modo está cincelado en mi naturaleza." Esta es una antigua fábula, creo que de origen indio.

En muchos pueblos de México y también de otros rincones del mundo, los muchachos sólo esperan alcanzar la adolescencia para conseguir el dinero suficiente y comprar un arma. Lucirla con orgullo al cinto para verse y poder actuar de forma violenta. Esta conducta los hace sentir hombría. Todos los seres nacemos programados por las hormonas y aquellos eusociales somos inducidos para comportarnos según ciertos añejos patrones colectivos. Hemos sido creados para preservar la especie y la comunidad. Los instintos animales están cincelados, al igual que el escorpión de la fábula, en nuestra fisiología. Estamos hechos para actuar como sacos de átomos.

En documental de la televisión sobre los mosquitos transmisores del virus zika, me ha consternado hasta la médula la microcefalia que desarrollan los fetos de las mujeres embarazadas que son picadas. El nuevo niño padecerá desde su nacimiento hasta su muerte de convulsiones, problemas locomotores, del equilibrio, del aprendizaje, limitaciones en la audición, en el habla y, tal vez incluso, en la vista. "Qué horrendo crimen el que comete la naturaleza con esos nonatos indefensos", me dije a mí mismo y lo comenté luego con mi esposa. "Esos niños están cercenados del pensar, han sido sentenciados a una vida en la oscuridad intelectual", expresé. Guadalupe también conmovida respondió: "eso es un crimen aún mayor que el de ser devorado por un león." El siguiente domingo, durante una celebración católica, un muchacho con síndrome de Down me ofreció la paz. Su inocente y amplia sonrisa me hizo recapacitar. Estreché su mano. Su alegría, de forma inexplicable, se me contagió. Luego de reflexionar, concluí que es aún mayor crimen el que cometemos muchos de nosotros quienes poseemos un cerebro sano y no lo utilizamos para ser más humanos desarrollando la consciencia para apartarnos del actuar como sacos de átomos.

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