Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Tercer nivel de la inspiración

La investigación científica reciente ha podido detectar mecanismos cuánticos nanoscópicos capaces de influir determinantemente en procesos físicos macroscópicos a través del fenómeno de la reducción del estado cuántico. Una especie de avalancha ocurriendo en el mundo infinitesimalmente pequeño que se contagia a las partículas vecinas hasta crear un estado cuántico único perceptible en el mundo ordinario. Roger Penrose propone, en su libro "Las sombras de la mente", una fascinante idea sobre efectos cuánticos colectivos coherentes similares ocurriendo en los microtúbulos del citoesqueleto de las neuronas como el origen del proceso de pensar. Establece que tal mecanismo es el requisito previo no-computacional capaz de completar el fenómeno de la consciencia. Es curioso que, sin referencia ninguna, yo haya ubicado en mi primera novela de la saga de "Universos convergentes" los cimientos de la inteligencia en el filamento intermedio del citoesqueleto intracelular.

Personalmente considero que tal mecanismo de reducción cuántica no es la residencia de la consciencia en sí misma, no es tampoco la casa del yo. Tal consideración resultaría, según mis muy personales conjeturas, en un funcionamiento del pensamiento humano demasiado nebuloso y fugaz, como las pesadillas después de una opípara cena. Considero que la consciencia humana con todos sus atributos está fundamentada en una estructura más estricta y rigurosa. Tales cimientos son una colección de procesos interactivos e iterativos muy definidos y definibles, más que complicadamente turbios y efímeros. Cimientos que operan en esquemas de computación clásicos. Después de todo, el yo de las personas es testarudamente persistente; también lo es la memoria a largo plazo. Con esquemas clásicos, no se requiere de un estado cuántico coherente que perdure a lo largo de toda una vida.

Sin embargo, la idea propuesta por Penrose me ha seducido al punto que me he sentido impelido a agregarla a mi esquema de los niveles de inspiración ubicándola en el tercer lugar. Sí puede ser, me parece a mí, uno de los motores que impulsan al crecimiento y a la evolución del fenómeno de la consciencia. Es parte del requisito previo no-computacional al que se refiere Penrose. Es parte de la inspiración. Es otro de los hermanos junto con los niveles uno y dos que la conforman. Los primeros hermanos los he mencionado ya en cuento anterior: el nivel uno, aquel surgido de la relación entre atributos de la consciencia y el nivel dos, aquel surgido de la unificación del funcionamiento de la malla neuronal. Ambos en un esquema computacional clásico. Este tercer nivel, el propuesto por Penrose y ahora adoptado por mí, es el primero operando en un contexto no-clásico. Existe según mi esquema aún un cuarto hermano dentro de la familia de la intuición, otro más en un contexto no-clásico, pero de éste hablaré en otro cuento.

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