Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Donde no transcurre el tiempo

Mi madre, mujer mayor de noventa años de edad, padece deterioro neurológico. Ella es un caso extraordinario. Durante su adolescencia y madurez ostentó siempre una memoria sobresaliente. Con la vejez, sin embargo, su memoria de corto plazo fue desgastándose paulatinamente hasta extinguirse por completo. Luego siguió en turno su memoria de largo plazo. Al principio de su trastorno, durante mis visitas, en lapsos de una hora o poco más, me preguntaba, tres, cuatro y más veces, por cómo estaban mis hijos. Esas primeras conversaciones versaban principalmente sobre recuerdos de su infancia, su adolescencia y su vida en matrimonio. Más tarde, había olvidado su propia biografía, luego olvidó los nombres de mis hijos y finalmente olvidó si yo los tenía y cuántos eran ellos. Los temas de conversación pasaron a hablar del clima, de su salud, de sus mascotas, del sillón, de cualquier asunto presente. Su deterioro tomó poco menos de dos años. Ahora, para reducir su ansiedad, la saludo al llegar: "Mamá, soy Ramón, ¿cómo estás?" Contra todos los pronósticos, nuestros y de los neurólogos que la han atendido, sus razonamientos y su lógica aún no han degenerado. Sus conversaciones, con mucha frecuencia, son lógicas y brillantes; aunque en otras se sumerge en un mundo de fantasía.

Ayer, me preguntó: ―¿Dónde no transcurre el tiempo?

Sorprendido respondí utilizando principios de la física: ―Donde no haya movimiento.

Ella entonces dijo:

―Donde no hubiera movimiento no habría decisiones que tomar. Donde no hubiera decisiones que enfrentar no podríamos determinar si actuamos por resolución propia o actuamos por aceptación a lo que Dios dispone.

Guardamos silencio unos minutos. Luego ella continuó:

―¿Cómo podemos saber si cuando resolvemos actuar lo hacemos correctamente o estamos causando daño a alguien?

―No podemos,― respondí, ―sólo podemos actuar y observar si nuestra conducta ha dañado a alguien y entonces registrarlo para la siguiente decisión similar que enfrentemos.

―¿Cómo podemos saber si en una determinada situación debemos actuar decidiendo nosotros o abandonándonos a lo que Dios propone?

―No podemos―, contesté; aunque sólo estaba tratando de no sucumbir ante sus cuestionamientos, ―sólo podemos decidir y actuar y estar atentos.

Mi madre cerró los ojos y al poco tiempo se quedó dormida. La besé en la frente y me despedí de su cuidadora. Salí de la casa de mi hermana con la pregunta de mi madre aún girando como violento remolino en mi cabeza. "¿Dónde no transcurre el tiempo?" Quizás... donde la memoria nos ha abandonado, pero la lógica permanece aún certera.


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