Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Última voluntad

Antes de que la memoria me abandone; antes de que mi lógica no sea ya certera; antes de que, como ha ocurrido a mi madre, el tiempo deje de transcurrir para mí; antes de que, como más probablemente me ocurra, el latir de mi corazón se detenga; me siento movido a expresar lo siguiente.

Los cuidados hospitalarios en nuestra era han progresado al punto donde un enfermo puede ser mantenido en estado vegetativo por largos períodos de tiempo. El enfermo y sus familiares permanecen entonces en la espera de que ocurra un milagro o bien, el inevitable final. La vida, como yo la percibo, radica en reír contagiado por la alegría de un niño, llorar conmovido por la aflicción de un desamparado, llenar los pulmones con el aire de la campiña, extasiarse en la presencia de un paisaje arbolado, deleitarse en la armonía de una bella obra musical, sumergirse en los párrafos de un buen libro, rememorar los momentos felices de nuestro pasado, maravillarse con una representación teatral. Sin estos placeres ordinarios, se está muerto. Sin estos gozos, desdeñables tal vez, pero muy de mi agrado, se ha perdido el júbilo del ser. Considero que no es vida estar tieso en una cama extraña esperando que el último hálito del cuerpo abandone las entrañas. De ser posible, quisiera morir en mi casa, no en una ambulancia, no en un catre de hospital. Por estos razonamientos, es mi última voluntad, no ser mantenido por medios artificiales en este mundo. Si alguna utilidad puede obtener la medicina de mis órganos con gusto los obsequio. Deseo, siempre que no cause inconveniente alguno a mis deudos, que mis restos sean cremados y que mis cenizas sean esparcidas al viento sobre un campo, un sembradío o un lago; no me incomoda si para ello se elige un lugar del planeta u otro.

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