Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Un viaje es como la vida

Dicen que un viaje es como la vida. Está lleno de peripecias, de alegrías, de sinsabores, de contratiempos, de aprendizajes, de desvelos. Esta lleno de ilusiones y está lleno de recuerdos. Está lleno de planes, de improvisaciones, de desafíos, de obstáculos por superar y de metas conseguidas. Así que en un viaje, lo mismo que en la vida, como decía mi padre: "te aclimatas o te aclimueres". Un viaje es como un destello representativo, como un ejemplo de nuestro paso por la existencia, pues en ellos participa de una manera o de otra, con mayor o menor influencia nuestra consciencia, la de cada uno de los paseantes y la de todos ellos como grupo.

Cierro los ojos y de inmediato, frente a mí, las imágenes hacen efervescencia. Chocan unas con otras. Se presentan simultáneas y se sobreponen, se mezclan. Veo estaciones de tren, veo trenes del metro, veo aeropuertos, cuartos de hotel, veo castillos, paisajes, carreteras, museos. Las escenas se entrelazan como en un sueño. Me siento aturdido y abro los ojos para evitar el mareo. Son las experiencias del viaje que acaba de concluir. Continuando con la lista de lugares que deseo conocer antes que el entusiasmo me abandone, decidí invitar a Guadalupe y a mis hijos a visitar Francia. Los eventos de la novela que escribí con mi padre, "Camino a la redención", ocurren en ese país; así que hicimos las maletas y esperamos el taxi que nos llevaría al aeropuerto. ¿Contratiempos? Los hubo y los superamos no sin disgustos, no sin desavenencias.

Guadalupe inició el viaje enferma de diarrea, sin perder su buen ánimo echó pastillas para contrarrestarla en su bolso y salió por la puerta. Yo, padeciendo un pequeño malestar de muelas, recogí las maletas para seguirla. Llegamos a París sin retrasos. Encontramos el hotel sin problemas. Al día siguiente muy temprano, sin prestar atención al jet-lag, tomamos un taxi y llegamos hasta la agencia que nos llevó al paseo por el monasterio de Mont Saint Michel.

Al término del paseo a la isla península, Guadalupe estuvo por un pelo de rana calva de perder el descenso del autobús que hace el recorrido entre el monasterio y los estacionamientos del área. De haberse cerrado las puertas, ella habría tenido que hacer todo el circuito del transporte para volver hasta nosotros; consecuencia, me temo, que ella desconocía.

En París, de regreso del museo de la ciencia y la industria en La Villette, nos separamos en el metro. Guadalupe y Ramón tomaron un tren, yo me quedé con un palmo de narices mirando como se alejaba el convoy. Treinta minutos más tarde nos reencontramos en la estación de correspondencia.

A causa del clima frío y las extenuantes caminatas tanto mi esposa, mi hijo como yo, enfermamos de gripe. Primero cayó ella, luego Ramón, al final yo. Imitando el ejemplo de Guadalupe ninguno dejó de caminar y ninguno perdió la alegría.

En Tours después de la visita a la torre de Carlomagno, conseguimos eludir una manifestación en nuestro camino de vuelta al hotel. Manifestación que resultó ser huelga de trenes y protesta contra medidas anunciadas por el gobierno francés. El tramo Tours-París de nuestro itinerario rumbo a Bruselas quedó cancelado. Siguiendo consejo del jefe de la estación de Tours nos trasladamos en autobús a Saint Pierre des Corps para tomar ahí cualquier tren que pasara con rumbo a nuestro destino. A pesar del contratiempo conseguimos llegar a Bruselas con sólo tres horas de retraso.

Cinco días antes de nuestra visita al sur de Francia, miramos en la televisión las inquietantes noticias de un atentado violento en el área. Persecución de un fanático terrorista desde Carcassonne hasta Trébes donde fue abatido por la policía, no sin antes cobrar la vida de varios inocentes. Sitios que visitaríamos según nuestros planes.

En rumbo al aeropuerto Charles de Gaulle para tomar el avión que nos llevaría a Toulouse, mi esposa se separó de nosotros. Caminaba con la cabeza inclinada para evitar que la llovizna le mojara la cara. Dio una vuelta equivocada sin que nos percatáramos sus compañeros de viaje. Ella no conocía la ruta hasta el Arco del Triunfo donde abordaríamos el autobús. Habíamos reservado sólo treinta minutos de holgura para las varias etapas hasta el aeropuerto. No podíamos llegar tarde o perderíamos no solamente el avión, sino también la reservación del auto rentado, el hotel pagado en Carcassonne y encontrarnos con Fernanda y mi nieto como era el plan original. Guadalupe consiguió, preguntando a otros transeúntes, alcanzar la parada de destino de esa etapa. Después de mi susto, mi gran disgusto y la indispensable reconciliación, aún sin el tiempo de holgura, conseguimos llegar a tiempo al avión.

Encontramos en Toulouse a mi hija y mi nieto. Recogimos el auto rentado y continuamos rumbo a Carcassonne. Cuando llegamos al hotel, el candado de la maleta grande decidió averiarse. Tras muchos fallidos intentos por abrirlo, decidí buscar herramientas y romper el candado. Mi esposa, más hábil, resolvió el problema con unas tijeras que utilizó como palanca.

En el paseo por el pueblo costero de Collioure, los vientos de la locura arrancaron de la cara de mi hija los lentes de sol para perderlos en el Mediterráneo. Los mismos vientos contra los que combatí, en el regreso al hotel, para mantener el auto alineado a la autopista. Es la primera vez en mi vida que tengo la oportunidad de mirar una manga de viento totalmente extendida y horizontal; aunque no es la primera vez que una experiencia me sucede después de haber escrito sobre ella.

En el regreso a París desde Toulouse, nos encontramos con un avión repleto de pasajeros. Situación entendible por la huelga de los trenes. A nuestro descenso en el Charles de Gaulle descubrimos, con asombro, que una huelga de Air France había estallado en apoyo a las demandas de los trenes. Más de la mitad de los vuelos de aquel día habían sido cancelados. Para nuestra fortuna el vuelo Toulouse-París no estuvo entre los suspendidos. Por supuesto el vuelo de vuelta a casa que realizamos por Aeroméxico iba igualmente repleto; la causa: la huelga había impedido el vuelo de Air France de la misma ruta.

En casa, cuando inicié a escribir este cuento, las molestias de la muela en mi boca se volvieron insoportables. "Qué suerte tuvo, suegro", expresó mi yerno cuando conté a todos la tregua que los dientes me dispensaron. Tuve que suspender la escritura del cuento para acudir al dentista. "Qué suerte tuviste, Ramón," expresó la odontóloga, "las azafatas tienen prohibido proporcionar analgésicos a los pasajeros".

Volvimos con muchos buenos recuerdos y más de mil fotografías. ¿Qué tanto la consciencia intervino en el buen desarrollo del viaje? No es posible determinarlo. No existe, ni creo que puedan construirse en futuro cercano, instrumento para medir la interacción entre la consciencia y la realidad. Quizás no existen los cuadriones que imaginé constantemente estar polarizando. Quizás la consciencia no posee un componente no-computacional, como propone Roger Penrose. Quizás sólo fue cuestión de actitud; sea o no la actitud atributo de la consciencia. O quizás... sólo fue un poco de fortuna favorable.

© 2017 cortesramondx. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar