Aún más cuentos o el vicio de la escritura

Virus contra bacterias

En la naturaleza existen virus que no enferman a los humanos, pero son letales para ciertas bacterias. En una gota de mar existen millones de ellos; también se encuentran en las floras intestinales de los animales. Estos enemigos de nuestros enemigos identifican a sus víctimas por determinados compuestos complejos presentes en la membrana de sus presas. Ciertos virus bacteriofagos, o fagos para abreviar, atacan a determinadas bacterias; aquellas que logran identificar. Los fagos se adhieren a la membrana del posible anfitrión e inyectan a través de su vaina su material cromosómico. Entonces ocurre uno de dos posibles ciclos del desarrollo de los fagos. En el ciclo lítico, el proceso de traducción y replicación normal de la bacteria es interrumpido y forzado a producir, en su lugar, los bloques constitutivos de nuevos individuos virales. Más tarde, los bloques se ensamblan dentro del anfitrión creando nuevos fagos. En la fase final de este ciclo, proteínas, capaces de romper la membrana de la bacteria, son sintetizadas. Destruida la pared celular, el anfitrión muere y la progenie viral es liberada para propagarse hacia otras bacterias iguales.

En el ciclo lisogénico del desarrollo de los fagos, el genoma del virus queda latente en forma de plásmido en el citoplasma de la bacteria pudiendo llegar a integrarse al material cromosómico del anfitrión. Sea integrado a la cadena de ácido desoxirribonucleico del anfitrión o sea replicándose como plásmido independiente, el genoma del fago se transmite a toda la progenie de la bacteria original. En este ciclo, la bacteria anfitrión no muere, pero el fago queda latente hasta que las condiciones del entorno se deterioran. Condiciones negativas como la disminución de nutrientes y el aumento de agentes generadores de mutaciones provocan que los fagos endógenos o profagos, en el interior de la bacteria, se activen iniciándose el ciclo lítico.

La ciencia busca actualmente cultivar y desarrollar fagos específicos capaces de combatir bacterias específicas. Estos fagos se convertirán entonces en medicamentos que en un futuro podrán ganar las guerras microbiológicas donde la ciencia ha perdido las últimas batallas contra las nuevas cepas resistentes a los antibióticos. Graves enfermedades como la tuberculosis, la meningitis, el cólera podrán ser combatidas con mejores resultados. Pero otras infecciones bacterianas figuran entre los padecimientos más comunes que padecemos los humanos. Cuando olvidamos lavarnos las manos, cuando omitimos cocinar apropiadamente nuestros alimentos, cuando dejamos de lavar concienzudamente los utensilios de la comida, cuando cortamos las lechugas lavadas y desinfectadas con el mismo cuchillo con el que hemos cortado la carne cruda, enfermamos de infección bacteriana. Los síntomas son diarrea o estreñimiento, en ocasiones un poco de fiebre, dolor leve de cabeza, catarro, posiblemente cansancio. Síntomas que desaparecen en apenas uno o dos días. Son más frecuentes en nuestro cuerpo las infecciones bacterianas de este tipo que la enfermedad de la gripe. Mientras la ciencia, con presupuestos multimillonarios y estrictos y prolongados protocolos de investigación, obtiene resultados, ¿no podríamos nosotros, comunes mortales, con este somero conocimiento hacer algo para mejorar nuestra salud?

Cuando enfermamos de infección bacteriana podría ocurrir que algunos de los agresores microscópicos ya estuvieran contaminados por fagos en ciclo lisógenico. Si tal circunstancia favorable existiera únicamente sería cuestión de activar los profagos para conseguir un aliado contra la enfermedad. Podría ocurrir también que nuestra flora intestinal contuviera el fago necesario para combatir al intruso, pero este fago inoculara su material cromosómico con la indulgente intención de iniciar tan solo el ciclo lisogénico. Contaríamos entonces con las armas necesarias, pero nos estaría haciendo falta el instructivo para utilizarlas. Hipócrates solía decir que comer cuando se está enfermo es alimentar a la enfermedad. Si ayunamos, entonces reduciremos la cantidad de nutrientes disponibles para "el enfermo". Y siendo el enfermo tanto el infectado por la bacteria como la bacteria infectada por fagos, entonces al dejar de comer activaremos el ciclo lítico de nuestros aliados. No recomiendo este procedimiento con ninguna enfermedad bacteriana grave. En estos casos, la velocidad del daño provocado por el fago a la cepa infecciosa podría ser menor a la velocidad del daño provocado por la bacteria a nuestro organismo. Acabaríamos en el razonamiento del poeta Molière quien afirmaba que los hombres mueren con mucha frecuencia de sus remedios.

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